viernes, 18 de junio de 2010

UN RECLUSO

Esteban rellenó impetuosamente su copa de vino. La enésima de la noche. Lleva tres semanas sin emborracharse y necesita trabajar. Si no bebe es una cavidad infinita, un planeta desinflado, una laguna desecada y ávida de agua. Le gusta el frasco y el agua de fuego. Y sólo puede escribir sus canciones cuando los elixires, que desde la prehistoria han hecho del mundo un lugar más distinguido, se casan con su existencia. Es un devoto del alcohol, le rinde pleitesía y tres o cuatro veces al mes se reúnen en su habitación de retiro, en su asilo alcohólico. Está aislado. Su mujer y él rediseñaron la habitación de invitados. Adaptaron ese espacio conforme a la soberbia humana y a la majestuosidad licorosa. Cuando se fusionan la inseguridad terrenal y la vanidad embotellada, forman un ser endiosado, un absolutismo despiadado y la mujer de Esteban decidió dejar de padecerlo. No quiso, sin embargo, privar a su marido de la creación musical, ni privarse ella misma de las ganancias que las canciones les aportan. El compositor suele permanecer 1 ó 2 días desde el momento en el que entra. Su guarida tiene un diminuto tragaluz que deja ver el interior de la casa. La puerta también comunica vagamente con la casa a través de una esclusa por la que su mujer le guarnece de comida, cigarrillos, bebida y lo que el recluso reclame. Esta solo cuenta con picaporte en la parte exterior. El interior tiene un pequeño baño con lavabo y retrete. Está abastecido con jabón, cepillo de dientes y pasta dentífrica, una toalla y papel higiénico. El mobiliario y los accesorios de los que disfruta dentro del habitáculo son: una cama individual, un sofá cheslón con una mesita auxiliar, una escribanía con silla reclinable, un tocadiscos enchufado a potentes altavoces, ceniceros, catervas de vinilos y libros y dos libretas con dos estilográficas, una lámpara de suelo, un sacacorchos, además de un megáfono.

Encima de la mesita y adosada a un cerco pringoso se ve una botella de vino tinto. Por el suelo hay ceniza y salpicaduras bermejas. Esteban está tumbado sobre el cheslón ululando como un órgano parroquial y exhalando cataratas de humo por su nariz morapia. Necesita beber mucho, el vino se tiene que diseminar por todo su cuerpo baldío. Hasta que no lo colma, se dedica a escuchar música, disfruta mucho de sus vinilos, aunque cada vez tiene menos. Los escucha indómitamente y si alguno le desliga de cuanto había sentido antes, si algún disco desencadena un asalto incontestable, una fuerza imposible de detener, una sensación de lloroso delirio, Esteban lo despedaza lanzándolo contra la pared. Ese será el último y más increíble recuerdo, una señal negra en la pared. Hoy no ha roto ninguno. Empieza a percibir una espectacular embriaguez. Siente que se acerca el momento de sentarse a escribir. Sirve vino creando un oleaje bíblico dentro de la copa. Bebe. Éste es el trago esperado. Se aposenta frente a la escribanía. Empieza a brotar, a rociar por sus poros la apariencia inverosímil e irrepetible de un legendario brebaje en forma de palabras. Arranca a escribir una balada pop, está escribiendo un número uno en ventas, es una poesía en prosa, recia como el bosque mediterráneo. Trata de desamor, el estribillo será imborrable de las memorias de todos sus oyentes. Su mano sigue acelerada bajo las riendas de la clarividencia del vino. Bebe más, escribe mejor. Pasa el tiempo y Esteban ha completado más de una docena de canciones. Su reloj de pulsera marca las 6 de la mañana. Una inmóvil y prudente noche es lo único que se divisa a través del tragaluz. Dentro comanda un paladín insaciable de vino, padre de aventuras encadenadas. Esteban regresa al cheslón y piensa en su mujer. Desea hacerle el amor. En su cabeza ya ha creado incluso el recuerdo del momento que imagina. Cada segundo que pasa con ella puede ser valorado como el momento mas maravilloso de su vida. Su cerebro creó un apéndice solo para su amada, para tenerla situada en un lugar exclusivo y divinizado. La habitación describe un claroscuro de vacilación y atrevimiento. Alcanza el megáfono con la mano y lo enciende. Ansía acariciar a su mujer, se excita cerrando los ojos y proyectando su cuerpo desnudo. Está contemplando esas piernas labradas como un arco de herradura, ese culo, origen de sus hechizadores desfiles diarios. Su escote adornado con pecas y sus pechos, exuberantes y carnosos como el melón dulce. Duda entre vociferarle galanterías por la corneta eléctrica o seguir bebiendo y hacer que su pluma baile las danzas del líquido volcánico. Se siente un recluso disciplinado, debe mantener una conducta loable para verse recompensado en el momento de su liberación. Apaga entonces el megáfono y descorcha una nueva botella de tinto. Es una nube pasajera en un cielo despejado y bebe para convertirse en un cielo completamente opacado y borrascoso. Quiere descargar otro diluvio de melodías. Otra vez su piel rezuma intelecto y sabiduría transitoria. Emprende otro impulso prosaico y lucido. Letras para guitarras españolas y guitarras eléctricas, letras salvadoras para grupos desgraciados. Termina otra tanda de canciones y advierte que su mujer esta despierta. Se abalanza sobre el megáfono:

- “…esto es para contarte que aquí te espero, para decirte al oído lo que te quiero, para poder decirte lo que te quiero…porque te llevo dentro como a mi vida, eres dueña y señora del alma mia…Mira que eres bonita, qué guapa eres, eres la más bonita de las mujeres, eres la más bonita de las mujeres. Mira que eres bonita, qué guapa eres…”

Le canta Esteban a su mujer haciendo una versión perfecta de la canción de Los Planetas. Su mujer se avecina a la puerta y le habla,

- Esteban, cariño, son las 9 de la mañana, ¿por qué no descansas un rato?

-Hola diosa de inmensa belleza, de orgullosa nobleza. ¿Por qué no me abres la puerta y así te puedo llevar a la cama en mis hercúleos brazos?

- Voy a traerte algo de comer y un café con leche calentito. Espérame tranquilo.

- ¡No quiero nada para comer y mucho menos algo para beber que no sea vino! ¡Ábreme la puerta, mis besos no pueden ser desperdiciados de esta forma!¡ Yo no puedo ser tratado con esta indiferencia!

Esteban vocifera a través del altoparlante de tal manera que provoca un gran escándalo distorsionado. Su mujer lo escucha desde la cocina, donde le está preparando un sándwich de atún. Apenas termina lo envuelve en papel plástico de cocina, el café con leche repudiado por Esteban, rellena un termo. Carga con el desayuno y, sintiéndose miserable, se encamina hacia la celda. Su marido sigue vociferando:

… ¡Soy un artista de talla mundial, un librepensador, un maestro de las palabras, un sabio de los sentimientos!..

Su mujer desliza el desayuno por la esclusa de la puerta y se va a trabajar.

El recluso ve como sus palabras no superan las paredes que le atrapan. Los disparates aullados rebotan por la habitación y le irritan, le erizan los pelos como a un jabalí. Se acerca a la puerta y recoge el sándwich del compartimento, le quita el envoltorio y se lo acerca a la nariz para husmearlo, le da un mordisco inapetente y lo deja sobre la mesita auxiliar. Está realmente borracho y quiere salir a pasear su ciudad. Siente que ha hecho su trabajo y que merece la libertad, pero sabe que estará encerrado al menos 8 horas más. Coloca un disco en el aparato musical y se tumba en el sofá con la botella sobre el pecho. Bebe con furia y en su cabeza sigue su mujer, pero ahora la está culpando por la situación. La maldice por haber permitido que llegasen a este punto. Su mujer es la única causante de que Esteban sea víctima de una ruinosa autoestima. Angustiado y borracho cae al suelo cual soldado tiroteado. Su cuerpo permanece desvalido en ese universo poblado por una sola raza, una raza necesitada. Duerme varias horas entre humo, canciones, amor, fobias, rencor y vino.

Se despereza al cabo de unas 6 horas a causa de la incomodidad del suelo y de un hambre voraz. Atrapa el emparedado como a una presa y lo aniquila velozmente. Va al baño y mea mientras se observa en el espejo. Es atractivo, pero si nadie se lo dice no lo ve. Se cepilla los dientes. Vuelve a la inmensidad de su soledad. Se sienta e leer las canciones que le supondrán unos cuantos ceros en su cuenta. Lo que lee le deja indiferente, pasa lo mismo que con su atractivo, hasta que alguien no le diga que es muy bueno no es capaz de advertirlo por si mismo. Se levanta y coge un libro de poesía, va con él a la cama y se cubre con el edredón. Vuelve a pensar en su mujer y desconfía del amor. Si me amáse yo no estaría aquí ahora. Si me amáse ella estaría aquí ahora. Vuelve a quedarse dormido por espacio de 3 horas. Se despierta con la certeza de que su mujer está en casa. No vislumbra luz, ni percibe movimiento a través de la claraboya. Curiosea con la mirada más allá de su rincón y confirma que no hay nadie. Como un indigente recoge la botella del suelo y le da un trago. Pierde los estribos y acomete contra todo con patadas y puñetazos, siente que ha tocado fondo. Está convencido de que su mujer no volverá. Ella ha hecho que no se ame…tampoco ella lo ha amado.