sábado, 21 de noviembre de 2009

ADIÓS JAIME, HOLA CHÍMENI


Me desperté. Sufrí un sobresalto después de haberme acostado y me desperté. Me desperté de lo que parecía ser un mal sueño. Vi arañas movedizas, insidiosas y traicioneras frente a mis ojos. Me desvelé, había entrado en pánico. Tenía el cuerpo titilante y los sentidos alarmados. Era un neonato abrumado por lo desconocido. Una capa de sudor tibio cubría mi piel. Me incorporé robóticamente y perdí el equilibrio. Caí encima del serbio. Él dormía como un pajarito en la cama de al lado. Mi amigo creyó que era una broma, pensó que estaba asustándole solo por diversión. Le bastó con mirar mis espaciosas pupilas y mi tez pajiza para descubrir que estaba fuera de mi. Yo no me había visto la cara, pero vi la suya y mostraba más que inquietud y preocupación. Las arañas me estaban volviendo loco, seguían en mi cabeza y me provocaban taquicardia. No podía cerrar los ojos, nada me daba mas miedo en ese momento.. Lloré, no podía disimular mi terror. El serbio y yo no nos parecíamos, pero nos queríamos y respetábamos con nuestras vicisitudes. Yo encontraba en él mi parte chulesca y él en mi su parte novelesca. El serbio me sacó de la habitación y me llevó a la cocina en busca de agua y comida. Desde que abandonamos el dormitorio no solté su mano. Él era lo único que me parecía real. Me senté en el sofá del salón y encendí la televisión con el propósito de distraer a mi mente, pero sólo conseguí agravar mi trance. Mi percepción estaba desfigurada. Apagué el televisor. Todo era nuevo para mi. No era un mal sueño, habían pasado casi treinta minutos y mi situación empeoraba. Estaba sentado en el sofá y tenía miedo de todo. No quería separar los ojos de un punto fijo, tampoco quería cerrarlos, el mas minúsculo movimiento me acercaba a la demencia mas incontrolable. Rezaba por quedarme dormido, suplicaba por no permanecer ni un segundo más subyugado por lo humanamente irreconocible. Lanzaba sigilosas miradas hacia donde se encontraba el serbio. Su mirada desde la nevera se mantenía impertérrita sobre mi. Antes me había ofrecido unas galletas. Intenté comerme una, pero no sabía utilizar mis dientes, estaba masticando con los incisivos y mi boca no producía saliva para facilitarme la tarea. Escupí la masilla trigosa manteniendo un semblante hierático. Agarré el vaso de agua que el serbio había colocado sobre la inmensa mesa de cristal. El agua que bebí arrugó más mi boca y se evaporó escurriendo mi saliva. Decidí levantarme y caminar. El serbio y yo no habíamos hablado desde que empezó todo. Salí al jardín sin mentar mi desesperación. El serbio me siguió con la mirada a una distancia prudencial. Estaba todo demasiado oscuro y la imagen de las arañas deambulaba por mi cabeza. Entre de nuevo a la casa y volví a encender la televisión. Realmente tenía mucho sueño pero después de casi una hora de dificultades ya padecía aracnofobia. Era un ente despersonalizado. Mi mente solo alcanzaba a pensar en el aprendizaje al que me tendría que someter para poder vivir en este mundo. Después de mas de dos décadas de existencia debía empezar de cero con la lacra del miedo a vivir. El serbio se sentó a mi lado y me tocó la pierna, súbitamente le abracé y le pedí que me llevase a la cama. Bajamos las escaleras pegados y cuando llegamos a la cama le pedí que se acostase a mi lado. Todo “yo” quería dormir pero mis ojos se resistian a cerrar la cortina. El sueño apartó al miedo y me quedé dormido. Al despertar me duché y el agua resbaló, penetró y limpio mi cuerpo como nunca antes. Me asusté, pero la ducha nunca la olvidaré. Cerré los ojos sin miedo y el agua fue mas real e impregnante que nunca. Al salir de la ducha me miré al espejo y me saludé: HOLA CHÍMENI, DISFRUTA DE TU PROCESO, SEGURO QUE NO ES UNA MALA VIDA, ME GUSTA TU CARA.

lunes, 9 de noviembre de 2009

ROCES

Lucas era una persona de apariencia tranquila. Con semblante amable y mirada reveladora. Había tenido una crianza fundamentada en el buen urbanismo, en la sincera corrección del trato humano.
Ciertas personas y en ciertas ocasiones consideraban que era una persona poco accesible. El se sentía básico pero los demás estimaban que era complejo, pensaban que estaba perturbado. A el no le importaba. No pasa nada- pensaba-
A Lucas le gustaba sonreír aunque determinadas conductas humanas le turbaban. Ahí, Lucas, prensaba los molares hasta que se sentía crujir la mandíbula. Luego desgastaba las muelas con un compulsivo movimiento lateral. Eso era una señal inequívoca de incomodidad con el entorno, con las personas. Uno de esos procederes humanos que desconcertaba a Lucas era el contacto físico con desconocidos. Era muy sensitivo, había alimentado con constancia y esmero un progreso sensorial adquirido después de una vívida experiencia incorpórea. Había erradicado numerosas turbiedades, pues ya habían concluido la encomienda de robustecerle el espíritu. El roce con extraños, no obstante su redimensión personal, desquiciaba a Lucas. Le afloraba la irracionalidad mas alimañesca.

Lucas miraba como una señora compraba sellos en el estanco. Él estaba esperando su turno para conseguir unos cigarrillos. Había mas gente en la tienda, todos se desplazaban y removían. Se restregaban los unos con los otros sin la mas minima prevención. Lucas esquivaba codos, caderas, culos, piernas y manos. Ya era su turno. Había llegado intacto al mostrador. Cuando estaba sacando el dinero de su billetera y ya con la cajetilla de tabaco en el bolsillo, una mano le apretó el antebrazo izquierdo.
- perdona, esa revista es ruta 66?- dijo el individuo sin soltarle el antebrazo a Lucas
- por qué me has tocado?- refutó Lucas entre dientes y bloqueando la mandíbula
- lo siento, macho.
- ni me toques ni me llames macho, imbécil. – Lucas acechaba con la mirada al melenudo y feo sujeto.
- oye tranquilo, solo quería saber que revista llevabas en la mano. Hace tiempo que estoy buscando la ruta 66 y me parecía esa.
- eres un soplapollas, no me toques nunca mas, no me hables en tu vida.
- vamos hombre, tranquilízate.-el sujeto le dio una palmadita en el hombro.
Lucas le empezó a atizar con la revista ruta 66 en la cara. No quería tocarle, le hastiaban su estupidez y su forma. Le repugnaban su incomprensión y su pelo. Lucas le dio una autoritaria paliza con la garrota de papel couché. Cuando hubo terminado soltó el bate musical y lo dejó caer a los pies del pringoso individuo. El tipo apalizado por fin encontró su jodida ruta 66.