jueves, 28 de octubre de 2010

MOLESKINE I


- Dios nos estaba buscando: nos quería penar por atesorar todo lo precioso que él había creado y por no repartirlo con el mundo... Nos quería condenar por ocultárselo a los demás y hacer de lo universal nuestro solo imperio, pero tan íntima e inédita era nuestra existencia que Dios no nos encontró, no encontró nuestro secreto: el amor verdadero.

- Tan poco tengo, tan pocas son las cosas que quiero, tan poco soy, que incapaz sería de gobernar más posesiones.


- Hoy las cosas no emergen espontáneas, no muestran ni un poco de lucidez y naturalidad. Vuelvo a retar al destino. ¿Qué puedo hacer si la ceniza de mis cigarros la escupe el cenicero ofuscando mis ojos?, ¿y si mi cerebro enjuga su sangre hasta convertirse en una pasa? , y ¿qué hago si mis músculos se rinden ante la prepotencia de este ego abúlico?

- Ellos son pusilánimes y nazarenos, así es su sociedad. Él, ahora, hace parte de esa sociedad, pero nada le importa. No le afectan sus principios. Igual que un hogar dentro de un gran edificio de ladrillo no sufre bajo una tempestad, por muy colérica que ésta sea, su espíritu está protegido de esa infamia moralista, en el interior de su cuerpo valiente e impertérrito.

miércoles, 20 de octubre de 2010

NO QUIERO DORMIR


Leo a Marvel Moreno. No es una costumbre mía leer a escritoras. Pero tratándose de un relato escrito con un lápiz sedoso como las sábanas de una luna de miel, me animo a hacerlo. Estoy de viaje y las letras vivales de Marvel me foguean para calentarme como a los embozos que quedan en una cama que ofrendó un acto amoroso. Me gusta mucho y me incita a escribirte.

Dejo de leer y comienzo mi escritura. Recostado en la cama escribo con agrado. No quiero detenerme. No quiero dormir.

Tú te has marchado de viaje. Sí, los dos de vacaciones. Tu sobrecarga de excelentes labores hacen que las merezcas. El exceso de falsedad en mi alma, no es motivo para las mías.

Observo el techo de la cabaña. Es una cabaña novísima. En el dormitorio se forma una bóveda tan blanca como un primer despertar. Hay vigas también, son muchas y del color de un plátano marchito. La unión de estos dos componentes crea una lámina del test de Rorschach. Es la lámina número tres. Dos personas, tú y yo. Es lo único que puedo ver y por eso no quiero dormir.

lunes, 4 de octubre de 2010

¿QUÉ COÑO ES ESCRIBIR?

Pensar no es escribir.
Vivir no es escribir.
Hablar no es escribir.

Pensar en qué escribir tampoco es escribir,
Ni vivir para luego escribir lo es,
Ni mucho menos hablar de lo que vas a escribir es escribir.

Que tu bolígrafo observe como tus ojos, se acerca.
Que tu papel en blanco sea la única bandeja dónde depositar tu mente y tu corazón, ayuda.
Que la tinta tome mi palabra y personifique la exclusividad de un lenguaje y un sentir, que esa tinta sea el único medio de expresión comprensible debería ser el inicio.

domingo, 3 de octubre de 2010

EN EL CIELO Y EN LA TIERRA



Lucas no ha dormido ni un mísero segundo. Hace días que no descansa. Se ha mantenido inmóvil como un fósil durante diez generosas y cargantes horas. Otra noche más postrado sobre su cama inmaculada y distante.

Amaneció hace 4 horas y el Sol reluce prepotentemente a escasos metros de él. Estalla como si se hubiesen unido todos los días de verano en uno. Y las cortinas no sirven. Los rayos entran soberbios, hasta sus venas, hasta sus nervios ópticos, hasta sus entrañas. Ni las paredes parecen poder combatir tal avalancha. Ni un instante más de noche en esa habitación. Y él no ha tenido el arrojo para empujarse fuera de ese lecho que le detesta. Le odian desde el cielo y le apalean en la tierra. Tiene que hacer algo, es irremediable, así no puede seguir. Se desplaza nauseabundamente hasta el borde de la cama y se precipita caóticamente. Al incorporarse se siente mareado, pierde el equilibrio y sus piernas ceden como el hojaldre tostado. Golpea el suelo nuevamente. Está grogui y apestoso. La ropa del día anterior le asa la piel, sobre todo los calcetines de alpaca. Llega al baño y se asea tibiamente la cara. Se deshace de las legañas pero las ojeras se ven realzadas. Se afeita la costra peluda que desde hace, por lo menos, cuatro días le cubre la mandíbula. Observa que sigue siendo guapo, aunque eso ya no sirva de nada. Encuentra una cajetilla de Lucky Strike y se echa un pitillo a la boca, se lo fuma frenéticamente permitiendo que solo sus pulmones lo puedan consumir. Despacha la colilla cuando los dedos índice y corazón se queman con su ardoroso vicio. No piensa en cambiarse la ropa. Únicamente añade unas gafas oscuras , unos zapatos embarrados y una chaqueta militar a su vestimenta. Al llegar a la calle advierte que la ciudad funciona a un ritmo desbocado, parece la pista de un hipódromo atestado de salvajes corceles. Prefiere no caminar y se sube al Citroen Visa para ir en busca de su desayuno. Le embute un cedé de Dirty Three al equipo de sonido y arranca. A esa hora no hay mucho tráfico en Bogotá. Warren Ellis le frota el arco de su violín por toda la médula y sin ninguna compasión a Lucas. El viento que entra al coche por las ventanillas abiertas es lo primero que le demuestra un poco de aprecio. Además, como si de un pellizco amistoso se tr­­­­­atase, le espabila. Entonces, sólo en el coche y sólo en la vida, se lamenta pensando en todas las personas que desatendió y que al compás de sus insensateces y bribonadas, fueron desapareciendo de ella. Reduce las marchas del coche buscando miradas bondadosas por la calle, pero la gente camina aborregada sin levantar la mirada de los andenes. Hay mujeres que tienen culos inacabados, faltos de trascendencia, incapaces de llenar los pantalones. En ese momento sonríe y sube el volumen de la música porque está sonando Great ‘Waves. Piensa en Chan Marshall. La canción le hace sentirse incrustado en la carrocería. Se siente inmenso. Su cuerpo traspasa el esqueleto metálico del automóvil y su cabeza llega a rozar los limites del cielo. Troposfera, estratosfera, mesosfera. Ve el mundo minúsculo, y reconoce, para si mismo, que la música es algo ultrapoderoso y emocionalmente inabarcable. Se encuentra mejor, igual de pestilente pero mejor. Mas tranquilo y seguro. Sobre la derecha encuentra un café casi vacío. Tiene una apacible terraza. Aparca el coche en una zona prohibida y muy próxima a la entrada. Unos matorrales floridos y recién regados dividen la calle del establecimiento. Se queda en la parte descubierta. Su famélico cuerpo se acomoda sobre una silla de mimbre con brazos metálicos. Coloca el tabaco, las llaves y su libreta sobre la mesa de modo escrupuloso, como un puzzle.

- Buenos días – saluda la camarera mientras le mira con aire enrarecido y deja la carta manteniéndose alejada de la mesa, como si está pudiera morderle. O quizá Lucas.

- Hola, que tal?- Lucas sin mirar la carta ordena su ansiado desayuno. - Tráigame un croissant con mantequilla y dos huevos fritos, que tengan la clara con puntilla, como el encaje de unas bragas muy delicadas, y las yemas crudas. Para beber un zumo de naranja y un café doble, negro como mis pupilas. Gracias.

- Listo señor, enseguida se lo traigo- contesta la camarera, con una mínima certidumbre de la apariencia que debían tener los huevos fritos.

Mientras espera el desayuno, Lucas enciende su ipod y se introduce un audífono dejando que el otro se descuelgue por su pecho como la lengua de un camaleón. Al mismo tiempo observa como una pareja de mujeres jóvenes elije la mesa número 9, la que sigue a la suya, que es la número 8. Por su apariencia parecen ser oficinistas, chupatintas, secretarias o algo por el estilo. Las dos llevan el pelo recogido en una coleta muy prieta y unos flequillos cortos y sin ninguna gracia ni estilo. Visten trajes de falda azules, como de uniforme, sobre unas camisas del rosado menos atractivo que se pueda imaginar, y unos zapatos de punta cuadrada y tacón bajo. Lucas escucha las fábulas de The Decemberists por un oído y por el otro, sigue la conversación de sus vecinas. Una le narra a la otra los problemas que tiene con su novio, prometido desde hace unos meses. Le cuenta que se enamoró de su cuñada cuando esta vino de vacaciones. Porque su estimulante cuñada vive en el sur de Italia, donde estudia para ser chef, una gran chef lesbiana e indecente, de nombre Paola Alejandra. Entre sollozos y excitación la cagatintas infiel le comenta a la compañera los detalles de sus secretos acercamientos homosexuales. Dice no saber que hacer, vive con un sentimiento de culpabilidad mayor que el deseo de escapar y empezar una vida nueva con Paola en Italia. El dilema tiene variables desiguales y la alternativa soñadora no es rival para una vida al lado de un confiado calzonazos. A Lucas le aburren las chicas caprichosas.

Cuando las dos amigas se abrazan y se dicen que serán amigas para toda la vida, aparece la camarera con el desayuno de Lucas. No le falta nada, todo coincide, a simple vista, con su pedido.

– Muchas gracias - le dice con la boca humedecida.

- con gusto- responde falsamente la camarera .

Se coloca la servilleta sobre las pantorrillas y le da un sorbo al zumo. Este fluye directo hasta su estómago, las papilas fugazmente lo aprecian y sigue por un conducto descubierto, hasta el buche. Sin obstáculos. Se relame los labios y termina el vaso de otro sorbo, igual de directo que el anterior. Levanta la mano y reclama la presencia de la camarera. La camarera acude desganada y emanando una especie de odio hacia Lucas. Siente que nadie ve su parte bondadosa, la camarera le observa como si tuviese el alma torcido o lacónico o deshabitado.

- ¿señor?

- me podría traer otro zumo, por favor. Pero en un vaso mas grande, gracias.

Después de eso, su cuchillo secciona las dos puntas del mantequilloso croissant, con los dedos las atenaza y las deja caer sobre el café, flotan, se sumergen. Con la cucharilla las recoge y las engulle como una boa. El resto del croissant lo come sin escalas, va del plato a su boca. Le llega su zumo, lo bebe. Termina lo que le queda en el plato con hambre, apetito y ansia.

Disfruta del café junto con un cigarrillo de cualidades organizadoras , la comida ha sido una remodelación en su organismo, y el cigarrillo la decisión de reinaugurarlo festivamente.

Se ha quedado sólo en la terraza, las asalariadas confidentes regresaron al trabajo. El sol sigue explotando en el azul inmaculado, a años luz de todos, todavía a escasos metros de él. Se redirecciona dándole la cara y recuesta su agradecido cuerpo sobre la silla. Entran un abuelo y su nieta, van vestidos con chándal, en algodón pigmentado de granate el de él, chándal de un material sintético verde oliva para la pequeña. Se sientan bajo una sombrilla no muy distantes de la mesa 8. El abuelo le muestra la espalda, la niña le mira directamente a los ojos. Es una niña de unos 13 años. Su cabello es negro e intrépido, pareciera trazado con un lápiz carboncillo. Su rostro es inusualmente exótico, artístico, simpático y casto. No separa la vista de la cara de Lucas. Le sonríe y le busca los ojos ocultos tras las gafas. Lucas le devuelve la sonrisa, una sonrisa sincera, llena de entereza. La jovencita está viendo más allá de su figura, no le sonríe a su estética, está viendo esa parte tan cuestionada de Lucas. Él la percibe en su interior. La presencia de la niñita le provoca timidez, pero al mismo tiempo le devuelve el cariño que en la tierra le habían negado. Recuerda las cosas que algún día le provocaron satisfacción. Mira la libreta que reposa sobre la mesa y vuelve a mirar a la niña. Se encuentran sus miradas, otra vez. Sonrisas, bondad. Lucas saca su bolígrafo de la chaqueta y alcanza la libreta. La abre y la apoya de nuevo sobre la mesa. Va a empezar a escribir. Esa es una de las actividades que le hacían sentir bien. La abandonó por completo. Prefirió pensar, vagar sin rumbo, hablar, no mover un dedo. Arrima el bolígrafo negro al papel y los pensamientos de una vida lo propulsan de inmediato. La niña de mirada táctil le ha hecho pensar en alguien. Está escribiendo sobre su abuelo, aquel señorito de una elegancia congénita. Padre de su comunidad. Figura indispensable en la historia de su pueblo. Patriarca payo venerado por los gitanos. Ser amado que cambió de mundo cuando Lucas tenía 8 años. Hasta el momento la persona más autentica que ha conocido. Un hombre con garbo y tan delicado que parecía levitar en vez de caminar. Misericordioso por naturaleza, adorador de la excepcionalidad femenina y una negación para los negocios. Un abuelo que convivía con manías y al que un sin fin de símbolos y comportamientos le hicieron único. En casa se sentaba sobre su trono, una poltrona del siglo XVIII que a ojos de su nieto le confería esplendor, el aspecto de un personaje histórico. Cuando salía a la calle, lo hacía con una cestita metálica en la mano. Dentro llevaba un rollo de papel higiénico acolchado, resistente. Nariz sensible y acentuada sinusitis. Tres cajetillas de tabaco, dos rubios y uno negro. Libreta en la cual anotaba los movimientos, diarios, que hacían los habitantes de su pueblo, y una botella de agua con gas para mezclar con el whisky que bebía en los bares. Whiskey barato y agua de la realeza. A Lucas le invaden todas las anécdotas que ha escuchado sobre el señorito Antonio. Esa en la que llegó como un púgil a la playa porque había acordado con la mujer mas bella de Holanda, zambullirse después de varias décadas en secano. La expectación era ingente y como cualquier acto en el que el estuviera implicado Antoñito, fue inolvidable. Rieron, bebieron, celebraron y contaron mas y mas historietas que siguen en boca de todos. Le llega a la mente otro episodio en el que, viviendo en el País Vasco en casa de su yerno, frecuentaba un bar regentado por terroristas de E.T.A. Iba a diario a tomar whisky y a incordiarles con incomodas preguntas. Les impacto su gallardía, conocieron el verdadero sentimiento varonil. Contó al corrillo de pendencieros que vivía con su yerno, un joven capitán del ejército y que quería presentárselo. Se trataba de un gran bebedor, como todos ellos, además de un hombre valiente y libre. A las pocas semanas el bar estaba precintado por la policía vasca. En otra ocasión recorría los Pirineos catalanes sobre un burro, para llegar hasta Andorra y comprar artículos de contrabando. Cuando estaba regresando a casa con puros cubanos y tabaco americano, dos filibusteros le atacaron con armas de fuego. El encañonó su escopeta y les plantó batalla. Horas después, los tres, estaban bebiendo whiskey con agua y fumándose los Montecristos. Para eso los había comprado.

Lucas lleva una hora escribiendo, alza la mirada y observa que la niñita ya no está. Le apena no haberla despedido. Pero nunca la olvidará. Gracias a ella vuelve a sentirse parte del mundo y ella le ha hecho recordar a la persona mas influyente de su vida, su abuelo. Cada palabra que ha escrito, cada rayo de sol que le ha golpeado desde la aparición de la niña, son manifestaciones de afecto que su abuelo le envía. Desde arriba, desde el cielo. Le aman en el cielo y le acarician en la tierra.

Hay que padecer sufrimiento para que finalmente el sosiego te acoja, piensa Lucas mientras se sonríe.

CHIMENEZ.