miércoles, 29 de diciembre de 2010

TRIÁNGULO EQUILÁTERO


Se llevó un sonador hasta la nariz para terminar de depurar la higiene de su cuerpo antes de dormir. Primero de poder usarlo, percibió un olor. Era un mocador aromático, y lo fragante del pañuelo le resultó conocido, pero no lo reconoció. Era un aroma pasado, casi olvidado. Durante un prolongado rato, arrimado a su cara, mantuvo el oloroso foco de ese registrado olvido. ¿Era en verdad un olor?¿Sería tal vez un sabor mutado en olor? ¡Qué descuido el suyo! Decididamente era una grandiosa sensación que una mujer le había legado.¿Qué otro mortal pudo ser? ¡Sabor y olor! Entonces, evocó a una chica que era un manjar sideral. La fuente de ese perfume era una dama que accedió a su vida por los orificios sensoriales, se incorporó a él por todos los resquicios de un cuerpo bienmandado y gobernable. Recordó que la totalidad de sus poros le otorgaron la oportunidad de esclavizarlo. ¡Hizo todo por respirarla, y por paladearla! Ella le concedió un dejo profundamente desbordado, y cómo era tan suntuoso, renació con espontaneidad y con una abundante voluntad. ¿Cómo pudo olvidarla por tan prolongado tiempo? No se trataba de una mujer divinizada en la lejanía y ridiculizada en la cercanía, ella en la lejanía causaba un acceso de culpa por no halagarla. En su cercanía sólo se podía sentir vergüenza. Una vergüenza malsana inducida por el sentimiento de desventaja más amplio jamás existido. De manera fulminante, inició a descifrar el gusto que estaba percibiendo. Era un gusto adherido a una zona individualizada. Era el sabor del legítimo triángulo equilátero, de la mayor perfección delimitada. Era el regalo delicioso de su flor, del capullo de brotes magníficos, y la esencia mejor envuelta y acendrada. Madre de la semilla del placer. El universo de la gloria y el orgasmo, enriquecido por deseos filosóficos y también por el anhelo de pureza carnal y artística. Un sabor que adiciona lo que aún no se ha conocido y que lleva el deleite a su apogeo.

domingo, 26 de diciembre de 2010

MOLESKINE IV

- Qué común es estar a favor o en contra de una filosofía aparecida en un momento de irracionalidad y pasión.

- Son igual de vitales los besos de labios y suave respiración, que los de lengua y montaraz excitación.

- El valor de la bebida está en la delicadeza y en la liturgia con la que se sirve, pero sobre todo, está en la afectación que provoca su despedida de la botella y en la cortesía con la que saluda al entrar en nuestro cuerpo.

domingo, 12 de diciembre de 2010

MOLESKINE III


- Antes, cuando no me conocía, vivía un simulacro esperanzador alentado por el deseo de acabar algún día cerca del cielo. Ahora, ya me conozco y dudo que eso pase. Sospecho que soy un coñazo.


- La gente estudia para que lo que piensen sea dimensionado y para que lo que digan sea escuchado por los demás.


- Las articulaciones son las peores acarreadoras de calor. Son un dique que desconecta el indispensable recorrido de energía. Evitan que los músculos trasladen el ardor de la vida por todo el cuerpo. Tengo el muslo encendido y la rodilla fría, la parte ligamentosa tibia y el sóleo caliente.


- No creerse a uno mismo, algo ha de influenciar en la autenticidad de las palabras ajenas.

viernes, 3 de diciembre de 2010

REALIDAD Y REALEZA

Ella tiene un cuerpo ideal, su organismo asocia átomos y moléculas creando una materia viva que resulta ser el centro sobre el que todo el planeta oscila. Una conjunción de elementos primarios que ensamblados han formado la maquinaria humana más perfecta. Es diferente a todos sus supuestos semejantes. Pareciera ser de una raza utópica que sólo alguien heroico pudo concebir. Es una criatura que equivale a la alianza entre lo milagroso en la Tierra y el realismo en la bóveda celeste. ¿La providencia o los malabares de la mente cavilosa e iluminada de aquel que deambula por el altísimo vergel neblinoso lograron que ella atesorara toda la verdad y toda la realeza en su cuerpo?. Eso creo. Fue un orfebre con dedos deificados quien contuvo toda su habilidad hasta el momento preciso, para entonces en ella aislar lo que por su magnificencia inaudita causa vértigo y delirio con tan solo presenciarla, es una fantasía viva, un sueño irrompible. Y el alma, envuelta por tan portentosa obra, la enjoya por dentro porque por fuera nada puede enaltecerla, a la excelencia no.¿O a Dios se le puede adoctrinar o convertir? No. Y yo la encontré, y pude tocar ese cuerpo, porque era el único que había existido en mí. Sólo yo pude tocar esa piel espiritista. Un cuerpo de la realeza por ser el más real. Me encontré con otros cuerpos falsamente perfectos o inútilmente perfeccionados. Cuerpos que pertenecen a la vida pero que nunca protagonizarán mis sueños. Seres que cambian en pocos días en vida y que de tal manera se alejan de ella. Así, instantáneamente, desaparecen. Se ve que la vida es real cuando la muerte llega. Y en ese instante los mortales verán la exclusividad de ella. Los otros cuerpos se agotan bajo el suelo, se extinguen apresuradamente decidan la incineración o la inhumación. En ella, la muerte siente amor por la vida y el alma lo siente por el cuerpo. Cuando el cuerpo ya no se sostiene, el alma lo asiste; el alma no quiere vagar en busca de otro cuerpo, éste es inmejorable, es apolíneo. Y la muerte se siente inexperta para realizar la impracticable empresa de llevárselo. Es un cuerpo estatuario, y como las esculturas, es recio y permanecerá perpetuamente en vida, acompañado por la dulcificada muerte. Un momento eterno en el que la muerte y la vida, el cuerpo y el alma se resisten a separarse, porque la realidad es que son una cosa sola.

lunes, 8 de noviembre de 2010

MOLESKINE II


- Primero observo cómo se ilustra mi escritura, un despliegue tan impensado cómo automático. Después, mis trazos principian mi retrato ideográfico y mi letra establece mis pensamientos. No podría verme si no escribiese, las palabras y las frases solicitan el arribo de mi raciocinio. Poco a poco mi personalidad se diluye en la tinta, aguándola oportunamente para permitir distinguirme con la mayor claridad posible.

- Increíblemente los acontecimientos más insulsos de la vida nos parecen los hechos más cruciales que se nos puedan presentar, y hasta que no se los desvelamos al mundo relatando absurdas y petulantes historias de manera tan reincidente que llegan a ser el estribillo de nuestros caminos, no acallamos un imperioso y estrangulante sentir de inferioridad.

- Afortunadamente no todos tienen capacidad de crítica.


martes, 2 de noviembre de 2010

EN LA CAMA NO SUEÑO, MIRANDO EL CIELO, VIVO

Llega el momento en el que te despides de los sueños imprevistos e impetuosos, porque, si bien, el cuerpo rendido sobre la cama disfruta de un descanso comatoso, el ágil cerebro no se despreocupa de su entorno sino que se esmera por acentuar la intensidad de mi respiración, manteniéndose siempre despierto a causa de un hondo resuello. Qué alivio que se deje aguijonear por las más mínimas oscilaciones del mundo y que ensombrezca a esos sueños inverosímiles con percepciones tan fabulosas y elevadas como la aparición en el cielo de unas nubes históricas y pasmosas que empujan mi cabeza hacia el suelo y que aplacan la presencia humana con su grandeza. Unas nubes que provocan sumisión y que se instalan en la retina en forma de perfectas partículas de vida, recompensando así a mi cerebro.

jueves, 28 de octubre de 2010

MOLESKINE I


- Dios nos estaba buscando: nos quería penar por atesorar todo lo precioso que él había creado y por no repartirlo con el mundo... Nos quería condenar por ocultárselo a los demás y hacer de lo universal nuestro solo imperio, pero tan íntima e inédita era nuestra existencia que Dios no nos encontró, no encontró nuestro secreto: el amor verdadero.

- Tan poco tengo, tan pocas son las cosas que quiero, tan poco soy, que incapaz sería de gobernar más posesiones.


- Hoy las cosas no emergen espontáneas, no muestran ni un poco de lucidez y naturalidad. Vuelvo a retar al destino. ¿Qué puedo hacer si la ceniza de mis cigarros la escupe el cenicero ofuscando mis ojos?, ¿y si mi cerebro enjuga su sangre hasta convertirse en una pasa? , y ¿qué hago si mis músculos se rinden ante la prepotencia de este ego abúlico?

- Ellos son pusilánimes y nazarenos, así es su sociedad. Él, ahora, hace parte de esa sociedad, pero nada le importa. No le afectan sus principios. Igual que un hogar dentro de un gran edificio de ladrillo no sufre bajo una tempestad, por muy colérica que ésta sea, su espíritu está protegido de esa infamia moralista, en el interior de su cuerpo valiente e impertérrito.

miércoles, 20 de octubre de 2010

NO QUIERO DORMIR


Leo a Marvel Moreno. No es una costumbre mía leer a escritoras. Pero tratándose de un relato escrito con un lápiz sedoso como las sábanas de una luna de miel, me animo a hacerlo. Estoy de viaje y las letras vivales de Marvel me foguean para calentarme como a los embozos que quedan en una cama que ofrendó un acto amoroso. Me gusta mucho y me incita a escribirte.

Dejo de leer y comienzo mi escritura. Recostado en la cama escribo con agrado. No quiero detenerme. No quiero dormir.

Tú te has marchado de viaje. Sí, los dos de vacaciones. Tu sobrecarga de excelentes labores hacen que las merezcas. El exceso de falsedad en mi alma, no es motivo para las mías.

Observo el techo de la cabaña. Es una cabaña novísima. En el dormitorio se forma una bóveda tan blanca como un primer despertar. Hay vigas también, son muchas y del color de un plátano marchito. La unión de estos dos componentes crea una lámina del test de Rorschach. Es la lámina número tres. Dos personas, tú y yo. Es lo único que puedo ver y por eso no quiero dormir.

lunes, 4 de octubre de 2010

¿QUÉ COÑO ES ESCRIBIR?

Pensar no es escribir.
Vivir no es escribir.
Hablar no es escribir.

Pensar en qué escribir tampoco es escribir,
Ni vivir para luego escribir lo es,
Ni mucho menos hablar de lo que vas a escribir es escribir.

Que tu bolígrafo observe como tus ojos, se acerca.
Que tu papel en blanco sea la única bandeja dónde depositar tu mente y tu corazón, ayuda.
Que la tinta tome mi palabra y personifique la exclusividad de un lenguaje y un sentir, que esa tinta sea el único medio de expresión comprensible debería ser el inicio.

domingo, 3 de octubre de 2010

EN EL CIELO Y EN LA TIERRA



Lucas no ha dormido ni un mísero segundo. Hace días que no descansa. Se ha mantenido inmóvil como un fósil durante diez generosas y cargantes horas. Otra noche más postrado sobre su cama inmaculada y distante.

Amaneció hace 4 horas y el Sol reluce prepotentemente a escasos metros de él. Estalla como si se hubiesen unido todos los días de verano en uno. Y las cortinas no sirven. Los rayos entran soberbios, hasta sus venas, hasta sus nervios ópticos, hasta sus entrañas. Ni las paredes parecen poder combatir tal avalancha. Ni un instante más de noche en esa habitación. Y él no ha tenido el arrojo para empujarse fuera de ese lecho que le detesta. Le odian desde el cielo y le apalean en la tierra. Tiene que hacer algo, es irremediable, así no puede seguir. Se desplaza nauseabundamente hasta el borde de la cama y se precipita caóticamente. Al incorporarse se siente mareado, pierde el equilibrio y sus piernas ceden como el hojaldre tostado. Golpea el suelo nuevamente. Está grogui y apestoso. La ropa del día anterior le asa la piel, sobre todo los calcetines de alpaca. Llega al baño y se asea tibiamente la cara. Se deshace de las legañas pero las ojeras se ven realzadas. Se afeita la costra peluda que desde hace, por lo menos, cuatro días le cubre la mandíbula. Observa que sigue siendo guapo, aunque eso ya no sirva de nada. Encuentra una cajetilla de Lucky Strike y se echa un pitillo a la boca, se lo fuma frenéticamente permitiendo que solo sus pulmones lo puedan consumir. Despacha la colilla cuando los dedos índice y corazón se queman con su ardoroso vicio. No piensa en cambiarse la ropa. Únicamente añade unas gafas oscuras , unos zapatos embarrados y una chaqueta militar a su vestimenta. Al llegar a la calle advierte que la ciudad funciona a un ritmo desbocado, parece la pista de un hipódromo atestado de salvajes corceles. Prefiere no caminar y se sube al Citroen Visa para ir en busca de su desayuno. Le embute un cedé de Dirty Three al equipo de sonido y arranca. A esa hora no hay mucho tráfico en Bogotá. Warren Ellis le frota el arco de su violín por toda la médula y sin ninguna compasión a Lucas. El viento que entra al coche por las ventanillas abiertas es lo primero que le demuestra un poco de aprecio. Además, como si de un pellizco amistoso se tr­­­­­atase, le espabila. Entonces, sólo en el coche y sólo en la vida, se lamenta pensando en todas las personas que desatendió y que al compás de sus insensateces y bribonadas, fueron desapareciendo de ella. Reduce las marchas del coche buscando miradas bondadosas por la calle, pero la gente camina aborregada sin levantar la mirada de los andenes. Hay mujeres que tienen culos inacabados, faltos de trascendencia, incapaces de llenar los pantalones. En ese momento sonríe y sube el volumen de la música porque está sonando Great ‘Waves. Piensa en Chan Marshall. La canción le hace sentirse incrustado en la carrocería. Se siente inmenso. Su cuerpo traspasa el esqueleto metálico del automóvil y su cabeza llega a rozar los limites del cielo. Troposfera, estratosfera, mesosfera. Ve el mundo minúsculo, y reconoce, para si mismo, que la música es algo ultrapoderoso y emocionalmente inabarcable. Se encuentra mejor, igual de pestilente pero mejor. Mas tranquilo y seguro. Sobre la derecha encuentra un café casi vacío. Tiene una apacible terraza. Aparca el coche en una zona prohibida y muy próxima a la entrada. Unos matorrales floridos y recién regados dividen la calle del establecimiento. Se queda en la parte descubierta. Su famélico cuerpo se acomoda sobre una silla de mimbre con brazos metálicos. Coloca el tabaco, las llaves y su libreta sobre la mesa de modo escrupuloso, como un puzzle.

- Buenos días – saluda la camarera mientras le mira con aire enrarecido y deja la carta manteniéndose alejada de la mesa, como si está pudiera morderle. O quizá Lucas.

- Hola, que tal?- Lucas sin mirar la carta ordena su ansiado desayuno. - Tráigame un croissant con mantequilla y dos huevos fritos, que tengan la clara con puntilla, como el encaje de unas bragas muy delicadas, y las yemas crudas. Para beber un zumo de naranja y un café doble, negro como mis pupilas. Gracias.

- Listo señor, enseguida se lo traigo- contesta la camarera, con una mínima certidumbre de la apariencia que debían tener los huevos fritos.

Mientras espera el desayuno, Lucas enciende su ipod y se introduce un audífono dejando que el otro se descuelgue por su pecho como la lengua de un camaleón. Al mismo tiempo observa como una pareja de mujeres jóvenes elije la mesa número 9, la que sigue a la suya, que es la número 8. Por su apariencia parecen ser oficinistas, chupatintas, secretarias o algo por el estilo. Las dos llevan el pelo recogido en una coleta muy prieta y unos flequillos cortos y sin ninguna gracia ni estilo. Visten trajes de falda azules, como de uniforme, sobre unas camisas del rosado menos atractivo que se pueda imaginar, y unos zapatos de punta cuadrada y tacón bajo. Lucas escucha las fábulas de The Decemberists por un oído y por el otro, sigue la conversación de sus vecinas. Una le narra a la otra los problemas que tiene con su novio, prometido desde hace unos meses. Le cuenta que se enamoró de su cuñada cuando esta vino de vacaciones. Porque su estimulante cuñada vive en el sur de Italia, donde estudia para ser chef, una gran chef lesbiana e indecente, de nombre Paola Alejandra. Entre sollozos y excitación la cagatintas infiel le comenta a la compañera los detalles de sus secretos acercamientos homosexuales. Dice no saber que hacer, vive con un sentimiento de culpabilidad mayor que el deseo de escapar y empezar una vida nueva con Paola en Italia. El dilema tiene variables desiguales y la alternativa soñadora no es rival para una vida al lado de un confiado calzonazos. A Lucas le aburren las chicas caprichosas.

Cuando las dos amigas se abrazan y se dicen que serán amigas para toda la vida, aparece la camarera con el desayuno de Lucas. No le falta nada, todo coincide, a simple vista, con su pedido.

– Muchas gracias - le dice con la boca humedecida.

- con gusto- responde falsamente la camarera .

Se coloca la servilleta sobre las pantorrillas y le da un sorbo al zumo. Este fluye directo hasta su estómago, las papilas fugazmente lo aprecian y sigue por un conducto descubierto, hasta el buche. Sin obstáculos. Se relame los labios y termina el vaso de otro sorbo, igual de directo que el anterior. Levanta la mano y reclama la presencia de la camarera. La camarera acude desganada y emanando una especie de odio hacia Lucas. Siente que nadie ve su parte bondadosa, la camarera le observa como si tuviese el alma torcido o lacónico o deshabitado.

- ¿señor?

- me podría traer otro zumo, por favor. Pero en un vaso mas grande, gracias.

Después de eso, su cuchillo secciona las dos puntas del mantequilloso croissant, con los dedos las atenaza y las deja caer sobre el café, flotan, se sumergen. Con la cucharilla las recoge y las engulle como una boa. El resto del croissant lo come sin escalas, va del plato a su boca. Le llega su zumo, lo bebe. Termina lo que le queda en el plato con hambre, apetito y ansia.

Disfruta del café junto con un cigarrillo de cualidades organizadoras , la comida ha sido una remodelación en su organismo, y el cigarrillo la decisión de reinaugurarlo festivamente.

Se ha quedado sólo en la terraza, las asalariadas confidentes regresaron al trabajo. El sol sigue explotando en el azul inmaculado, a años luz de todos, todavía a escasos metros de él. Se redirecciona dándole la cara y recuesta su agradecido cuerpo sobre la silla. Entran un abuelo y su nieta, van vestidos con chándal, en algodón pigmentado de granate el de él, chándal de un material sintético verde oliva para la pequeña. Se sientan bajo una sombrilla no muy distantes de la mesa 8. El abuelo le muestra la espalda, la niña le mira directamente a los ojos. Es una niña de unos 13 años. Su cabello es negro e intrépido, pareciera trazado con un lápiz carboncillo. Su rostro es inusualmente exótico, artístico, simpático y casto. No separa la vista de la cara de Lucas. Le sonríe y le busca los ojos ocultos tras las gafas. Lucas le devuelve la sonrisa, una sonrisa sincera, llena de entereza. La jovencita está viendo más allá de su figura, no le sonríe a su estética, está viendo esa parte tan cuestionada de Lucas. Él la percibe en su interior. La presencia de la niñita le provoca timidez, pero al mismo tiempo le devuelve el cariño que en la tierra le habían negado. Recuerda las cosas que algún día le provocaron satisfacción. Mira la libreta que reposa sobre la mesa y vuelve a mirar a la niña. Se encuentran sus miradas, otra vez. Sonrisas, bondad. Lucas saca su bolígrafo de la chaqueta y alcanza la libreta. La abre y la apoya de nuevo sobre la mesa. Va a empezar a escribir. Esa es una de las actividades que le hacían sentir bien. La abandonó por completo. Prefirió pensar, vagar sin rumbo, hablar, no mover un dedo. Arrima el bolígrafo negro al papel y los pensamientos de una vida lo propulsan de inmediato. La niña de mirada táctil le ha hecho pensar en alguien. Está escribiendo sobre su abuelo, aquel señorito de una elegancia congénita. Padre de su comunidad. Figura indispensable en la historia de su pueblo. Patriarca payo venerado por los gitanos. Ser amado que cambió de mundo cuando Lucas tenía 8 años. Hasta el momento la persona más autentica que ha conocido. Un hombre con garbo y tan delicado que parecía levitar en vez de caminar. Misericordioso por naturaleza, adorador de la excepcionalidad femenina y una negación para los negocios. Un abuelo que convivía con manías y al que un sin fin de símbolos y comportamientos le hicieron único. En casa se sentaba sobre su trono, una poltrona del siglo XVIII que a ojos de su nieto le confería esplendor, el aspecto de un personaje histórico. Cuando salía a la calle, lo hacía con una cestita metálica en la mano. Dentro llevaba un rollo de papel higiénico acolchado, resistente. Nariz sensible y acentuada sinusitis. Tres cajetillas de tabaco, dos rubios y uno negro. Libreta en la cual anotaba los movimientos, diarios, que hacían los habitantes de su pueblo, y una botella de agua con gas para mezclar con el whisky que bebía en los bares. Whiskey barato y agua de la realeza. A Lucas le invaden todas las anécdotas que ha escuchado sobre el señorito Antonio. Esa en la que llegó como un púgil a la playa porque había acordado con la mujer mas bella de Holanda, zambullirse después de varias décadas en secano. La expectación era ingente y como cualquier acto en el que el estuviera implicado Antoñito, fue inolvidable. Rieron, bebieron, celebraron y contaron mas y mas historietas que siguen en boca de todos. Le llega a la mente otro episodio en el que, viviendo en el País Vasco en casa de su yerno, frecuentaba un bar regentado por terroristas de E.T.A. Iba a diario a tomar whisky y a incordiarles con incomodas preguntas. Les impacto su gallardía, conocieron el verdadero sentimiento varonil. Contó al corrillo de pendencieros que vivía con su yerno, un joven capitán del ejército y que quería presentárselo. Se trataba de un gran bebedor, como todos ellos, además de un hombre valiente y libre. A las pocas semanas el bar estaba precintado por la policía vasca. En otra ocasión recorría los Pirineos catalanes sobre un burro, para llegar hasta Andorra y comprar artículos de contrabando. Cuando estaba regresando a casa con puros cubanos y tabaco americano, dos filibusteros le atacaron con armas de fuego. El encañonó su escopeta y les plantó batalla. Horas después, los tres, estaban bebiendo whiskey con agua y fumándose los Montecristos. Para eso los había comprado.

Lucas lleva una hora escribiendo, alza la mirada y observa que la niñita ya no está. Le apena no haberla despedido. Pero nunca la olvidará. Gracias a ella vuelve a sentirse parte del mundo y ella le ha hecho recordar a la persona mas influyente de su vida, su abuelo. Cada palabra que ha escrito, cada rayo de sol que le ha golpeado desde la aparición de la niña, son manifestaciones de afecto que su abuelo le envía. Desde arriba, desde el cielo. Le aman en el cielo y le acarician en la tierra.

Hay que padecer sufrimiento para que finalmente el sosiego te acoja, piensa Lucas mientras se sonríe.

CHIMENEZ.



domingo, 12 de septiembre de 2010

HOMBRES DE VERDAD

Estaba saciado y no sabía si era el vino o era el amor el que mantenía su cuerpo nivelado sobre el sofá. Uno de los dos era su soporte en el hombro y su amparo en el corazón. Miró a su alrededor y estaba solo, aun así, un desdibujado acompañante caldeó su cuerpo. Su confusa soledad le hizo pensar en algo tan aventurero como el sexo. Pensó que era su máxima ambición y esa idea inmediatamente penetró sus sesos. Comparó la comida, algo tan importante para un hombre, con el sexo, algo imprescindible para un hombre mejor. La alimentación todavía estando en el contexto del mejor banquete, en algún momento habría de colmarle, antes o después se le quedaría en el garguero. El sexo nunca. El sexo con ella le provoca impaciencia por admirarlo una vez tras otra. Porque el sexo siempre tiene una parte más recóndita y sabor más intenso que la vez anterior. Se bebió entonces un pacharán, uno sólo, para no saciarse.

jueves, 9 de septiembre de 2010

MOLESKINE


Era tanta su vanidad, era tanto su poderío, era tanto el aire que respiraba, que al inhalarlo los calzoncillos le apretaban las pelotas.

Su autoestima nunca tuvo levadura, nunca creció.

Primero se es un buen bebedor, después se es algo.

Porque el orgullo de tenerla a su lado solo se asemeja al orgullo que siente la luna cuando está llena.

La cama es como la sangre, si no está caliente es un problema.

Brindar sin alcohol es como saludar con la mirada.

Las cosas no son tan díficiles como nos hacen creer. El grado de interés que les profesemos y la pereza congénita que arrastremos es lo que las complica.

jueves, 19 de agosto de 2010

UNA DUCHA MUY CALIENTE



Acomodado sobre la cama, con un cigarrillo en la boca y escuchando Ghost Pressure, que agitaba el ambiente como lo hace el aleteo imperceptible de un colibrí en su universo floral, tenía mi mirada fija en ningún punto...y así seguí, sin que nada revolucionase mi energía vital, hasta que por fin entreabriste la puerta del baño y envuelta en un vaho que nunca se esparció por la habitación, sino que envolvió y definió tu figura idílica, me sonreíste...entonces la supuesta quietud de la habitación y mi inmodificable ánimo, se reinventaron al entender la magnitud de mi conquista, y yo - un objeto sin vida hasta ese momento- empecé a ver cada detalle anteriormente impalpable como el más grande motivo para amarte.

miércoles, 11 de agosto de 2010

SUBASIANO DI CHIARAVALLE


Se le educó para ser un hombre de negocios; números, nombres, cuentas, gigantescas agendas, pero Subasiano di Chiaravalle cerró su único y más grande trato con la vida. Bastardeado por su padre, un conocido terrateniente de Perugia, y desavenido con el subrepticio designio de coexistir con la inmundicia cerebral de esta época, Subasiano di Chiaravalle, desdeño la herencia que su hermana quiso compartir con él. Cuando el corazón infartado de su tirano progenitor se atragantó con su zafia y viscosa sangre, Subasiano ya estaba en Asia. Vivía en Taiwán. Un hombre antiguo y errante de veinticinco años. Un señalado hombre que amontona patrias, razas y sentimientos, pero que nunca vuelve la vista atrás. Un moderno Neanderthal que siente fehacientemente su pertenencia a otra época, una época desconocida en la que no se relativizarían sus palabras por cuestión de progreso. Porque ahora cada idea debe tener una retribución para ser válida. Pero para él, lo importante trasciende lo esperado. Vive con unos privilegios difíciles de entender para sus acompañantes en el mundo. El creador, el que todo lo ve, el del bufete en las nubes, quizá por motivo de una plausible equivocación de momentos, de instantes históricos a la hora de sentenciar su inclusión y participación en la vida, le honoró con una mayor simplicidad de responsabilidades y con una supremacía, con una omnipotencia sensorial que hace de cada fruslería algo empíreo para su impresionable organismo y para su inmemorial cerebro. Su trato con la vida le libra de cuanto mal azote el mundo a modo de virus social, así como de agonías de futuros temibles y de orígenes terminales.

Pocos son los hombres que hayan desnaturalizado su actitud parsimoniosa y solitaria, mucho menos lo hice yo cuando nos conocimos. El hombre contemporáneo no ejerce ningún tipo de gravitación cognitiva sobre su indigenista razón. Algunos, sin embargo, encandilamos tiranamente su alma, incapaz de resistirse a la nobleza inmaterial en ciertos casos, a la belleza psíquica en otros, o a la atracción abstracta en el mío.

Las mujeres sí que son…para él son…ellas sí...son un poder que libera toda la pasión que fue maniatada durante la historia. Las mujeres son representantes del bravío, del valiente y desmedido encanto imperecedero de la beldad más perfecta. Más aún, sus cuerpos, sus ademanes, sus formas mareantes de trazados curvilíneos, de células inquietas; son la máxima representación del cuerpo humano, figuras eternas plasmadas en el firmamento, íconos mundanos de una belleza irrepetible, duradera y única como la creación del mundo que pueblan. Y ninguna mujer elude sus encantos sin esfuerzo adquiridos. Y él ama sus razas, su hermandad, sus patrias, su nacionalismo, su indigenismo, su folclor; su raza pura, la raza aborigen.

Y dentro de su cráneo, el cerebro, cómo un elemento con vida propia, serpentea alterado cuando observa esas mujeres que, en cualquier momento de la historia, hubiesen sido igualmente deleitosas. Ama a las mujeres de piel marmórea que la nocturnidad aclara. Adula a las mujeres de piel oscura que el sol enaltece. Seduce a las mujeres de piel canela refinada por la amabilidad de las brisas. Pieles pulcramente coloreadas y con más tonalidades de las que un prisma pueda soñar.

Y si contempla a una mujer con la tez aceitunada, entona La Leopolda, el himno del Granducado de la Toscana, evocando los olivares que transforman un simple alimento en un placer; una simple piel en un gozo.

Y si por alguna casualidad sus ojos desvirtúan el entorno y sólo se adhieren a la señal que unas piernas rojizas le mandan, Subasiano, le reza a San Vicente, patrón de los viñadores. Amantes de la uva, su fruto de amor, el cultivo de Dios; piernas que son una plantación fecunda, piernas con unos huesos resucitados ante su mirada, con la carne tonificada sólo por la vida.

En el momento de dormir siente soplidos sordos transportados por un arco iris, que, después de la tempestad que le ocasionaron las dudas sobre su participación en la vida, le hacen percibir como el mundo se mueve a su ritmo.

El mundo es apatía, es tacañería y es amargura. Y él es feliz, tan feliz que juntando estos atributos fundamentales no se alcanza su grado de gratitud hacia el del butacón que dio inicio a esto.

viernes, 18 de junio de 2010

UN RECLUSO

Esteban rellenó impetuosamente su copa de vino. La enésima de la noche. Lleva tres semanas sin emborracharse y necesita trabajar. Si no bebe es una cavidad infinita, un planeta desinflado, una laguna desecada y ávida de agua. Le gusta el frasco y el agua de fuego. Y sólo puede escribir sus canciones cuando los elixires, que desde la prehistoria han hecho del mundo un lugar más distinguido, se casan con su existencia. Es un devoto del alcohol, le rinde pleitesía y tres o cuatro veces al mes se reúnen en su habitación de retiro, en su asilo alcohólico. Está aislado. Su mujer y él rediseñaron la habitación de invitados. Adaptaron ese espacio conforme a la soberbia humana y a la majestuosidad licorosa. Cuando se fusionan la inseguridad terrenal y la vanidad embotellada, forman un ser endiosado, un absolutismo despiadado y la mujer de Esteban decidió dejar de padecerlo. No quiso, sin embargo, privar a su marido de la creación musical, ni privarse ella misma de las ganancias que las canciones les aportan. El compositor suele permanecer 1 ó 2 días desde el momento en el que entra. Su guarida tiene un diminuto tragaluz que deja ver el interior de la casa. La puerta también comunica vagamente con la casa a través de una esclusa por la que su mujer le guarnece de comida, cigarrillos, bebida y lo que el recluso reclame. Esta solo cuenta con picaporte en la parte exterior. El interior tiene un pequeño baño con lavabo y retrete. Está abastecido con jabón, cepillo de dientes y pasta dentífrica, una toalla y papel higiénico. El mobiliario y los accesorios de los que disfruta dentro del habitáculo son: una cama individual, un sofá cheslón con una mesita auxiliar, una escribanía con silla reclinable, un tocadiscos enchufado a potentes altavoces, ceniceros, catervas de vinilos y libros y dos libretas con dos estilográficas, una lámpara de suelo, un sacacorchos, además de un megáfono.

Encima de la mesita y adosada a un cerco pringoso se ve una botella de vino tinto. Por el suelo hay ceniza y salpicaduras bermejas. Esteban está tumbado sobre el cheslón ululando como un órgano parroquial y exhalando cataratas de humo por su nariz morapia. Necesita beber mucho, el vino se tiene que diseminar por todo su cuerpo baldío. Hasta que no lo colma, se dedica a escuchar música, disfruta mucho de sus vinilos, aunque cada vez tiene menos. Los escucha indómitamente y si alguno le desliga de cuanto había sentido antes, si algún disco desencadena un asalto incontestable, una fuerza imposible de detener, una sensación de lloroso delirio, Esteban lo despedaza lanzándolo contra la pared. Ese será el último y más increíble recuerdo, una señal negra en la pared. Hoy no ha roto ninguno. Empieza a percibir una espectacular embriaguez. Siente que se acerca el momento de sentarse a escribir. Sirve vino creando un oleaje bíblico dentro de la copa. Bebe. Éste es el trago esperado. Se aposenta frente a la escribanía. Empieza a brotar, a rociar por sus poros la apariencia inverosímil e irrepetible de un legendario brebaje en forma de palabras. Arranca a escribir una balada pop, está escribiendo un número uno en ventas, es una poesía en prosa, recia como el bosque mediterráneo. Trata de desamor, el estribillo será imborrable de las memorias de todos sus oyentes. Su mano sigue acelerada bajo las riendas de la clarividencia del vino. Bebe más, escribe mejor. Pasa el tiempo y Esteban ha completado más de una docena de canciones. Su reloj de pulsera marca las 6 de la mañana. Una inmóvil y prudente noche es lo único que se divisa a través del tragaluz. Dentro comanda un paladín insaciable de vino, padre de aventuras encadenadas. Esteban regresa al cheslón y piensa en su mujer. Desea hacerle el amor. En su cabeza ya ha creado incluso el recuerdo del momento que imagina. Cada segundo que pasa con ella puede ser valorado como el momento mas maravilloso de su vida. Su cerebro creó un apéndice solo para su amada, para tenerla situada en un lugar exclusivo y divinizado. La habitación describe un claroscuro de vacilación y atrevimiento. Alcanza el megáfono con la mano y lo enciende. Ansía acariciar a su mujer, se excita cerrando los ojos y proyectando su cuerpo desnudo. Está contemplando esas piernas labradas como un arco de herradura, ese culo, origen de sus hechizadores desfiles diarios. Su escote adornado con pecas y sus pechos, exuberantes y carnosos como el melón dulce. Duda entre vociferarle galanterías por la corneta eléctrica o seguir bebiendo y hacer que su pluma baile las danzas del líquido volcánico. Se siente un recluso disciplinado, debe mantener una conducta loable para verse recompensado en el momento de su liberación. Apaga entonces el megáfono y descorcha una nueva botella de tinto. Es una nube pasajera en un cielo despejado y bebe para convertirse en un cielo completamente opacado y borrascoso. Quiere descargar otro diluvio de melodías. Otra vez su piel rezuma intelecto y sabiduría transitoria. Emprende otro impulso prosaico y lucido. Letras para guitarras españolas y guitarras eléctricas, letras salvadoras para grupos desgraciados. Termina otra tanda de canciones y advierte que su mujer esta despierta. Se abalanza sobre el megáfono:

- “…esto es para contarte que aquí te espero, para decirte al oído lo que te quiero, para poder decirte lo que te quiero…porque te llevo dentro como a mi vida, eres dueña y señora del alma mia…Mira que eres bonita, qué guapa eres, eres la más bonita de las mujeres, eres la más bonita de las mujeres. Mira que eres bonita, qué guapa eres…”

Le canta Esteban a su mujer haciendo una versión perfecta de la canción de Los Planetas. Su mujer se avecina a la puerta y le habla,

- Esteban, cariño, son las 9 de la mañana, ¿por qué no descansas un rato?

-Hola diosa de inmensa belleza, de orgullosa nobleza. ¿Por qué no me abres la puerta y así te puedo llevar a la cama en mis hercúleos brazos?

- Voy a traerte algo de comer y un café con leche calentito. Espérame tranquilo.

- ¡No quiero nada para comer y mucho menos algo para beber que no sea vino! ¡Ábreme la puerta, mis besos no pueden ser desperdiciados de esta forma!¡ Yo no puedo ser tratado con esta indiferencia!

Esteban vocifera a través del altoparlante de tal manera que provoca un gran escándalo distorsionado. Su mujer lo escucha desde la cocina, donde le está preparando un sándwich de atún. Apenas termina lo envuelve en papel plástico de cocina, el café con leche repudiado por Esteban, rellena un termo. Carga con el desayuno y, sintiéndose miserable, se encamina hacia la celda. Su marido sigue vociferando:

… ¡Soy un artista de talla mundial, un librepensador, un maestro de las palabras, un sabio de los sentimientos!..

Su mujer desliza el desayuno por la esclusa de la puerta y se va a trabajar.

El recluso ve como sus palabras no superan las paredes que le atrapan. Los disparates aullados rebotan por la habitación y le irritan, le erizan los pelos como a un jabalí. Se acerca a la puerta y recoge el sándwich del compartimento, le quita el envoltorio y se lo acerca a la nariz para husmearlo, le da un mordisco inapetente y lo deja sobre la mesita auxiliar. Está realmente borracho y quiere salir a pasear su ciudad. Siente que ha hecho su trabajo y que merece la libertad, pero sabe que estará encerrado al menos 8 horas más. Coloca un disco en el aparato musical y se tumba en el sofá con la botella sobre el pecho. Bebe con furia y en su cabeza sigue su mujer, pero ahora la está culpando por la situación. La maldice por haber permitido que llegasen a este punto. Su mujer es la única causante de que Esteban sea víctima de una ruinosa autoestima. Angustiado y borracho cae al suelo cual soldado tiroteado. Su cuerpo permanece desvalido en ese universo poblado por una sola raza, una raza necesitada. Duerme varias horas entre humo, canciones, amor, fobias, rencor y vino.

Se despereza al cabo de unas 6 horas a causa de la incomodidad del suelo y de un hambre voraz. Atrapa el emparedado como a una presa y lo aniquila velozmente. Va al baño y mea mientras se observa en el espejo. Es atractivo, pero si nadie se lo dice no lo ve. Se cepilla los dientes. Vuelve a la inmensidad de su soledad. Se sienta e leer las canciones que le supondrán unos cuantos ceros en su cuenta. Lo que lee le deja indiferente, pasa lo mismo que con su atractivo, hasta que alguien no le diga que es muy bueno no es capaz de advertirlo por si mismo. Se levanta y coge un libro de poesía, va con él a la cama y se cubre con el edredón. Vuelve a pensar en su mujer y desconfía del amor. Si me amáse yo no estaría aquí ahora. Si me amáse ella estaría aquí ahora. Vuelve a quedarse dormido por espacio de 3 horas. Se despierta con la certeza de que su mujer está en casa. No vislumbra luz, ni percibe movimiento a través de la claraboya. Curiosea con la mirada más allá de su rincón y confirma que no hay nadie. Como un indigente recoge la botella del suelo y le da un trago. Pierde los estribos y acomete contra todo con patadas y puñetazos, siente que ha tocado fondo. Está convencido de que su mujer no volverá. Ella ha hecho que no se ame…tampoco ella lo ha amado.

domingo, 9 de mayo de 2010

ASTRO REINA

El sol trepó por el costado oriental de los viejos edificios de ladrillo. Alcanzado el séptimo y último piso se me presentó de frente. Cayó con fuerza sobre los sauces llorones, desenmarañando el espeso trenzado que formaban las finas ramas y las tristes hojas. Se iluminó integramente todo lo que apareció en su naciente recorrido. El sol iluminó hasta dentro de mis orejas, pero no calentaba y yo era todo frío. Mi piel lo era, mis huesos lo eran. El frío formaba parte del tejido calcificado de mi esqueleto. El sol me irritaba, yo no necesitaba luz, yo necesitaba calor. Yo queria descansar caliente como un bonito embrión. Y sólo existía un sitio donde podía sentirme así, un lugar donde se cubrían todas mis necesidades y deseos. Allí es donde hibernaría si fuese el monarca de los osos. Me sentí excitado por ese pensamiento. Cogí el telefono y te llamé. Me contestaste prontamente pero con voz adormecida, me dijiste que pasara por allí. Se me aceleraron el corazón y el paso. Caminé rapido, empecé a trotar y, finalmente, acabé corriendo los últimos quinientos metros que me restaban hasta llegar a tu casa. Introduje la llave en la puerta suavemente, la abrí con delicadeza y la cerre casi insonoramente tras de mi. Ya estaba en el lugar donde todos mis pensamientos y sueños cobraban coherencia y se realizaban. Estaba contigo. Me descalcé y entré en la habitación, me desnudé y entré en la cama. Todos necesitan al sol, yo te necesito a ti.

miércoles, 5 de mayo de 2010

MÁS QUE LUZ

Vibraban mis oidos, palpitaba mi espíritu.
Mis tímpanos aferrados a la guitarra de Josh Rouse bailaban con gracia andaluza. Mi alma se agitaba instado por el placer de encontrarte.
El cielo había sido ocupado por espesas nubes blancas, altas, medias y bajas; todas ellas mullidas y redondeadas. No obstante había sitio para el Sol también, que, sin entrometerse, se asomaba curioso al paso de las nubes para contemplar el bello panorama:
Estabas tú, solo tú en ese punto... estabas disfrutando de dos de tus más preciados placeres y con un tercero a punto de llegar. Estabas fumándote un cigarrilo y bebiéndote un té mientras soñabas en el jardín.
En ese mismo instante yo miré al cielo. El Sol y las nubes habían parado su carrera y estaban mirándote absortos...
Le pregunté al Sol:
—¿Qué miras así sin pestañear y aluzando con tanta intensidad? ¡Alúmbrame la carretera, cabrón!
—Déjame en paz. Esto es más interesante. Confórmate con el reflejo.
—Bueno —dije—. Espero llegar a tiempo para ver con mis propios ojos lo que ha parado al cielo —pensé.
Las nubes se hicieron fuertes contra el viento, le aconsejaron que dejara de soplar y que observara junto a ellas y el Sol. El viento lo hizo sin pensar. Instantáneamente agradeció la invitación.
Yo seguía mi recorrido en moto, con voluptuosidad de espiritu y echando de menos un poco de viento en popa para hallarte con mayor presteza.
Tú seguías haciendo lo mismo. Mostrabas gestos de aprobación o disconformidad hacia tus propios pensamientos.
Yo empecé a sospechar... ¿será a mi Monique a la que miran así desde ahí arriba? Porque el paisaje de esta zona es bello... pero lo conocen de sobra... además, ciertamente ahí es adonde me dirijo y donde esta ella... ¿será?... creo que sí... claro... es ella...
¡Joder! Afortunadamente el Sol no me iluminaba directamente a mí... era una jodida explosión nuclear... millones de auroras boreales...
—¿Cómo puedes conseguir tanto vigor lumínico, señor Sol?
—No toda esta luz la produzco yo.
—Entiendo. Es ella, ¿no?
—¿Cómo? ¿De qué hablas?
—Estás mirándola a ella, ¿verdad?
—¿La conoces? ¿Ya la has visto antes?
—¿Piel canela, piernas de infarto, corte de ojos único, hocico de leona?
—¡Sí! ¿La conoces?
—Sí.
—¿Y por qué no estas mirándola igual de petrificado que nosotros? ¿Por qué no estás con ella?
—Eso es lo que voy a hacer. Eso y más, señor Sol.
—Te envidio, te odio.
—Lo sé.
Llegue al destino.
—Hola, amor.
—Hola, mi amor.
—Qué buen dia, ¿verdad?
—Sí. Es como si tuviese el Sol para mi sola.
—Es verdad. Pero creo que ya se va a opacar un poco.

Ilustración: Diana Ordoñez (Ledania)