domingo, 9 de mayo de 2010

ASTRO REINA

El sol trepó por el costado oriental de los viejos edificios de ladrillo. Alcanzado el séptimo y último piso se me presentó de frente. Cayó con fuerza sobre los sauces llorones, desenmarañando el espeso trenzado que formaban las finas ramas y las tristes hojas. Se iluminó integramente todo lo que apareció en su naciente recorrido. El sol iluminó hasta dentro de mis orejas, pero no calentaba y yo era todo frío. Mi piel lo era, mis huesos lo eran. El frío formaba parte del tejido calcificado de mi esqueleto. El sol me irritaba, yo no necesitaba luz, yo necesitaba calor. Yo queria descansar caliente como un bonito embrión. Y sólo existía un sitio donde podía sentirme así, un lugar donde se cubrían todas mis necesidades y deseos. Allí es donde hibernaría si fuese el monarca de los osos. Me sentí excitado por ese pensamiento. Cogí el telefono y te llamé. Me contestaste prontamente pero con voz adormecida, me dijiste que pasara por allí. Se me aceleraron el corazón y el paso. Caminé rapido, empecé a trotar y, finalmente, acabé corriendo los últimos quinientos metros que me restaban hasta llegar a tu casa. Introduje la llave en la puerta suavemente, la abrí con delicadeza y la cerre casi insonoramente tras de mi. Ya estaba en el lugar donde todos mis pensamientos y sueños cobraban coherencia y se realizaban. Estaba contigo. Me descalcé y entré en la habitación, me desnudé y entré en la cama. Todos necesitan al sol, yo te necesito a ti.

miércoles, 5 de mayo de 2010

MÁS QUE LUZ

Vibraban mis oidos, palpitaba mi espíritu.
Mis tímpanos aferrados a la guitarra de Josh Rouse bailaban con gracia andaluza. Mi alma se agitaba instado por el placer de encontrarte.
El cielo había sido ocupado por espesas nubes blancas, altas, medias y bajas; todas ellas mullidas y redondeadas. No obstante había sitio para el Sol también, que, sin entrometerse, se asomaba curioso al paso de las nubes para contemplar el bello panorama:
Estabas tú, solo tú en ese punto... estabas disfrutando de dos de tus más preciados placeres y con un tercero a punto de llegar. Estabas fumándote un cigarrilo y bebiéndote un té mientras soñabas en el jardín.
En ese mismo instante yo miré al cielo. El Sol y las nubes habían parado su carrera y estaban mirándote absortos...
Le pregunté al Sol:
—¿Qué miras así sin pestañear y aluzando con tanta intensidad? ¡Alúmbrame la carretera, cabrón!
—Déjame en paz. Esto es más interesante. Confórmate con el reflejo.
—Bueno —dije—. Espero llegar a tiempo para ver con mis propios ojos lo que ha parado al cielo —pensé.
Las nubes se hicieron fuertes contra el viento, le aconsejaron que dejara de soplar y que observara junto a ellas y el Sol. El viento lo hizo sin pensar. Instantáneamente agradeció la invitación.
Yo seguía mi recorrido en moto, con voluptuosidad de espiritu y echando de menos un poco de viento en popa para hallarte con mayor presteza.
Tú seguías haciendo lo mismo. Mostrabas gestos de aprobación o disconformidad hacia tus propios pensamientos.
Yo empecé a sospechar... ¿será a mi Monique a la que miran así desde ahí arriba? Porque el paisaje de esta zona es bello... pero lo conocen de sobra... además, ciertamente ahí es adonde me dirijo y donde esta ella... ¿será?... creo que sí... claro... es ella...
¡Joder! Afortunadamente el Sol no me iluminaba directamente a mí... era una jodida explosión nuclear... millones de auroras boreales...
—¿Cómo puedes conseguir tanto vigor lumínico, señor Sol?
—No toda esta luz la produzco yo.
—Entiendo. Es ella, ¿no?
—¿Cómo? ¿De qué hablas?
—Estás mirándola a ella, ¿verdad?
—¿La conoces? ¿Ya la has visto antes?
—¿Piel canela, piernas de infarto, corte de ojos único, hocico de leona?
—¡Sí! ¿La conoces?
—Sí.
—¿Y por qué no estas mirándola igual de petrificado que nosotros? ¿Por qué no estás con ella?
—Eso es lo que voy a hacer. Eso y más, señor Sol.
—Te envidio, te odio.
—Lo sé.
Llegue al destino.
—Hola, amor.
—Hola, mi amor.
—Qué buen dia, ¿verdad?
—Sí. Es como si tuviese el Sol para mi sola.
—Es verdad. Pero creo que ya se va a opacar un poco.

Ilustración: Diana Ordoñez (Ledania)

domingo, 2 de mayo de 2010

LA RESPUESTA

El sillón de cuero me envuelve y me camufla. Ahí sentado oculto mis sentimientos. Lo poco que queda expuesto lo cubre mi inherente barba. Chimenez y yo estamos superpuestos, desordenados. Os desconcertamos. Mientras tanto todos cumplís con vuestros quehaceres, como de costumbre. Yo, como de costumbre, no hago nada. Tan sólo me dispongo a aclarar el por qué de esta situación y de las episódicas captaciones afeadas que tengo de vosotros.

Os veo y es de noche en un pasillo con dos ventanales, uno en cada flanco. La noche no es tan noche por culpa de una tormenta eléctrica asombrosamente destellante. Ahí estoy. Confinado entre esa luz cegadora y esas frágiles vidrieras, dentro de un estallido incandescente . Pasmado en un desfiladero de debilidad e histeria.

Entonces te acercas. Y yo busco el sendero que me trajo hasta aquí. Hago un esfuerzo por recordar todo, en ese momento se difumina la esencia de lo vivido. ¿Quiénes somos?. Tú te acercas un poco más. El intervalo de confusión en el que se condensó nuestro recuerdo y en el que todo se tornó enigmático, se extingue. Ya recuerdo. Hasta hoy, esta ha sido la andanza más prodigiosa en la que he estado presente. Ha sido muy larga y obsequiosa. Ahora, ya estás muy cerca. Estás tan cerca que te respiro. Mi mano te toca la mejilla y se desliza por tu piel tan suavemente como un copo de nieve recién caído. Mi mano parece estar recubierta de una membrana originada por ti, para ti y para que yo te sienta como lo hago.

Te propongo que cierres los ojos y que te dejes besar los párpados, para que con el rocío de mis labios veas nuestro arcoiris, de principio a fin…ese que empieza en ti y acaba en mi.