Uno está solo.
Y vive libremente su empeño de mantenerse aislado.
Vive con la voluntad de ser una hábitat abandonado.
Un relleno vacío y un aliño insípido.
Una esencia opaca, remota, ignota.
Desconocida para él, recóndita para los demás.
Y se le conceden opiniones llenas de profundidad.
Y se le ve como a alguien atractivo, incluso prometedor.
No queda claro, que simplemente refleja un concepto fantasioso, una alegoría de la complejidad humana.
Pura estética. Avergonzante inconsciencia al obrar.
A él le gobiernan unos métodos primitivos y palmarios.
No asume la cercanía que se le brinda.
No distingue la imagen que parece revelar.
Su apariencia es contemplada de modo engañoso.
Y él sigue sólo.
Y nunca imaginó poder cambiar su conducta.
Y cuando el alcohol triunfaba sobre su juicio y su discreción, ya no permanecía solo.
Pero la compañía le desposeía de su originaria voluntad de vivir en soledad.
Dejaba de idolatrar ese mundo solitario y sin pretensiones y empezaba a venerar a la bebida.
Y la supremacía del elixir sobre sus facultades lo convertía en un siervo envilecido.
Y su conducta cambió.
Pero esta nueva esclavitud era adictiva, y nada dolorosa.
Los grilletes no le apretaban y las órdenes que recibía no le colocaban en ningún atolladero. Nada representaba una dificultad extrema, nada era mas complicado que vaciar vasos y desinflar botellas.
Esa era la misión que Patrón alcohol le imponía.
Y entonces sus ideas se llenaban de profundidad e interés.
Ahora era él quien contemplaba su apariencia de manera ilusoria.
Ahora, sí, mostraba unos genuinos ademanes primitivos.
Su esencia ya no era oscura.
Su amo se la hurtó.
Sin voluntad y sin esencia.
Ése es el bárbaro.
Increible...
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