domingo, 11 de abril de 2010

EL BÁRBARO.

Uno está solo.

Y vive libremente su empeño de mantenerse aislado.

Vive con la voluntad de ser una hábitat abandonado.

Un relleno vacío y un aliño insípido.

Una esencia opaca, remota, ignota.

Desconocida para él, recóndita para los demás.

Y se le conceden opiniones llenas de profundidad.

Y se le ve como a alguien atractivo, incluso prometedor.

No queda claro, que simplemente refleja un concepto fantasioso, una alegoría de la complejidad humana.

Pura estética. Avergonzante inconsciencia al obrar.

A él le gobiernan unos métodos primitivos y palmarios.

No asume la cercanía que se le brinda.

No distingue la imagen que parece revelar.

Su apariencia es contemplada de modo engañoso.

Y él sigue sólo.

Y nunca imaginó poder cambiar su conducta.

Y cuando el alcohol triunfaba sobre su juicio y su discreción, ya no permanecía solo.

Pero la compañía le desposeía de su originaria voluntad de vivir en soledad.

Dejaba de idolatrar ese mundo solitario y sin pretensiones y empezaba a venerar a la bebida.

Y la supremacía del elixir sobre sus facultades lo convertía en un siervo envilecido.

Y su conducta cambió.

Pero esta nueva esclavitud era adictiva, y nada dolorosa.

Los grilletes no le apretaban y las órdenes que recibía no le colocaban en ningún atolladero. Nada representaba una dificultad extrema, nada era mas complicado que vaciar vasos y desinflar botellas.

Esa era la misión que Patrón alcohol le imponía.

Y entonces sus ideas se llenaban de profundidad e interés.

Ahora era él quien contemplaba su apariencia de manera ilusoria.

Ahora, sí, mostraba unos genuinos ademanes primitivos.

Su esencia ya no era oscura.

Su amo se la hurtó.

Sin voluntad y sin esencia.

Ése es el bárbaro.

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