domingo, 9 de mayo de 2010

ASTRO REINA

El sol trepó por el costado oriental de los viejos edificios de ladrillo. Alcanzado el séptimo y último piso se me presentó de frente. Cayó con fuerza sobre los sauces llorones, desenmarañando el espeso trenzado que formaban las finas ramas y las tristes hojas. Se iluminó integramente todo lo que apareció en su naciente recorrido. El sol iluminó hasta dentro de mis orejas, pero no calentaba y yo era todo frío. Mi piel lo era, mis huesos lo eran. El frío formaba parte del tejido calcificado de mi esqueleto. El sol me irritaba, yo no necesitaba luz, yo necesitaba calor. Yo queria descansar caliente como un bonito embrión. Y sólo existía un sitio donde podía sentirme así, un lugar donde se cubrían todas mis necesidades y deseos. Allí es donde hibernaría si fuese el monarca de los osos. Me sentí excitado por ese pensamiento. Cogí el telefono y te llamé. Me contestaste prontamente pero con voz adormecida, me dijiste que pasara por allí. Se me aceleraron el corazón y el paso. Caminé rapido, empecé a trotar y, finalmente, acabé corriendo los últimos quinientos metros que me restaban hasta llegar a tu casa. Introduje la llave en la puerta suavemente, la abrí con delicadeza y la cerre casi insonoramente tras de mi. Ya estaba en el lugar donde todos mis pensamientos y sueños cobraban coherencia y se realizaban. Estaba contigo. Me descalcé y entré en la habitación, me desnudé y entré en la cama. Todos necesitan al sol, yo te necesito a ti.

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