domingo, 27 de febrero de 2011

COMO UNA NOCHE DE ETANOL

Al llevar un prolongado y feliz noviazgo, casi olvidé lo que se sentía esperando una segunda cita, claro está que, precedida por un primer y deslumbrante acercamiento. Con un increíble conocimiento de la oportunidad, un flamante amigo me lo recordó. Y todo fue como ha de ser, como anteriormente me había pasado con las personas que me engatusaron en un prístino contacto. Tenía una cerveza en la mano y escupía con inquietud saliva correosa y dura, compacta como lo estaba mi estómago, y esperaba su llegada como la única redención para mi pecho desasosegado. El amor me había birlado la necesidad de vivir una segunda cita y sólo recuperé este privilegio cuando Álvaro me escribió: “Cuando se sabe que se ha encontrado un amigo, con un cariño que desconozco pero siento muy real”, dedicándome su libro. Así me sentía yo: perplejamente alborozado por su aparición. Y él llegó colocado, y me confesó también que se sintió agitado antes de nuestro renombrado encuentro. Y a partir de ese momento nos emborrachamos juntos, como hermanos, como enamorados. Y yo empecé a hablar de toros, le conté que he llorado en la plaza de la Santa María de Bogotá, por el frenesí, por la pasión de un arte que afortunadamente pervive con pureza. Porque la evolución complica la vida y yo no estoy preparado para esa condena, ni para renunciar a mis sentimientos más inaugurales. Porque la procedencia de mis gozos es sólo una: la de una existencia básica, retrasada y carca, y a esos placeres les adjudico “un cariño que desconozco pero siento muy real”. Cuando José Tomás, después de una tarde irregular de toreo, se colocó delante de ese miura irresoluto, que escondía su bravura, y le habló mirándole a los ojos, yo reviví. Estoy seguro de que le dijo: “Hermano, vas a morir sin gloria, pero si descubres tu valor, puedes incluso matarme tú a mi. Esta gente que está viéndonos desde las gradas, observa un espectáculo al interno de un marco invisible, porque no necesitan una moldura abigarrada con aprensión, pesadez y prejuicios. Hagamos de lo nuestro, algo verdadero sin dejar que nadie pueda imaginar nada. Es la esencia de la naturaleza exhibir nuestra maestría innata. Voy a arriesgar la vida para salir a hombros, espero que tú desveles el motivo por el que estás aquí conmigo”. El toro empezó a embestir con el alma en los riñones y con el corazón en los cuernos. José Tomás valoró más el arte que su propia vida y la faena finalizó con mi llanto y con el torero a hombros. Ahora, esto me recuerda a Álvaro y a mi, que arriesgamos nuestros pensamientos sin la exigencia de mirarnos al espejo para saber si debemos censurarlos. Nuestra naturaleza vive con la bebida y también buscamos la salvación en nuestras cruzadas nocturnas. Y a veces resultamos triunfantes y la vida nos eleva sobre sus hombros:

- Mi hermano querido, seguimos saliendo por la puerta grande en estas noches de etanol.

- ¡Claro que sí, admirada hermandad, siempre desgastando las hombreras de los porteadores!

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