sábado, 23 de abril de 2011

EL ORGULLO DEL AMOR Y SU MENSAJERO.

Nunca me han dicho nada de lo que me sienta orgulloso, no digo que no exista la persona que haya adjetivado mi personalidad de una manera más que aceptable, o el santo que haya tolerado mi atrevimiento como si fuese cautivador o valioso. No es eso. Creo que se puede pensar que algunos momentos o algunos hechos deberían embriagarme de vanidad, y es sabido que eventualmente me puedo mostrar con presunción, como ahora, pero todo esto trasciende la verdad del sentimiento del que quiero hablar. Para empezar, lo que aconteció en esos hechos, que se presumen enriquecedores del ego, tuvo como protagonistas a personas que no me conocían o que me conocían más de lo que yo mismo me conozco, y eso amilana a mi certidumbre. Tanto los primeros como los segundos, establecieron que su juicio era positivo entorno a mí, pero su conceptualización estaba exenta de descripción, porque juzgar es más fácil que comprender y explicar. Y al hombre que yo conozco, no le gusta ahondar en las identidades humanas. Nos encontramos, entonces, con personas que tienen creencias amotinadas en contra de las verdades de los demás. Son esas personas a las que sus creencias no les espolean para conocer la naturaleza del hombre, porque es una verdad difícil de alcanzar: las actuaciones humanas son la verdad que nos hará comprendernos, y por eso , el enjuiciamiento debe dejar de vivir en soledad.

Recuerdo que una vez dije: “Porque el orgullo de tenerte a mi lado sólo se asemeja al orgullo que siente la luna cuando está llena”, y eso lo sentí después del episodio, que recuerdo muy conmovido, en el que el amor me regaló su soberbia y su aprehensión para poder tenerte aquí todavía. Nos estábamos separando y viví , los dos vivimos, el orgullo del amor, porque te toqué la cara y me dijiste que no me podías dejar, ¿por qué no?, dije yo, porque nunca nadie me ha tocado de esa manera; lloraste vencida por el tacto de mi corazón, y sonreíste triunfadora al ser subyugada por la sabiduría del amor. Yo me sentí orgulloso, pero no de mí, me sentí orgulloso cuando obtuve la primogenitura del patrimonio del amor. Y en ese caso fue el orgullo del amor quién enunció mi destino, afortunadamente. Yo seguiré siendo su modoso factótum, felizmente.

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